Mural y contramural
martes, 9 de marzo de 2021, en Opinión, 3 minuto/s de lectura
Como tantas otras cosas, la
izquierda y el separatismo se han apropiado del espacio público, pintando
murales con alto contenido político, y en muchas ocasiones como es propio de su
estilo, con imágenes ofensivas contra el Rey, la bandera o las instituciones
del Estado. Este tipo de manifestaciones públicas rozan actitudes delictivas,
encuadradas dentro de la tipología de los ultrajes cometidos contra la nación;
pero dejando las cuestiones legales al margen, por lo visto hay unos ciudadanos
que se dedican a pintar encima de estos murales a golpe de spray, de rodillo o
de broca gorda, borrando lo que estaba pintado en el mural. Ante estas acciones
enseguida han surgido críticas por parte de sectores izquierdistas y
separatistas, amplificados por las radios y televisiones sometidas a su
control, que califican estas acciones como destrozos o vandalismo.
Hemos de considerar que dada su
naturaleza, el espacio público y las paredes habilitadas por los ayuntamientos
para pintar murales, también son públicas, y nadie goza de la exclusividad de
esos elementos. Esto significa que si alguien pinta un mural se expone a que
tarde o temprano alguien pinte otro encima. Precisamente los grafiteros que son
los expertos en esta materia, esto lo tienen muy claro porque saben que sus
grafitis son pintados y repintados permanentemente, y nadie que se dedica a eso
puede pretender que su obra sea respetada eternamente. Tratándose de murales
con contendido político, como ocurre durante las campañas electorales, siempre
se superpone un cartel de un partido encima del otro, y aquí no se respeta
nada.
Tratándose un mural de un
elemento visual propagandístico, que se hermana con lo publicitario porque
publicita un mensaje político, todos somos conscientes de que un anuncio en una
valla publicitaria tampoco es eterno, y su tendencia es la de desaparecer en un
momento dado. Por ello hay que recordar a los izquierdistas y a los
separatistas que las paredes no son suyas, y que hay otras personas con otras
ideas artísticas más partidarias del borrón negro, que no dejan de ofrecer otra
forma de expresión artística alternativa. Si los autores de esos murales
quieren que nadie se los pinte encima, en realidad lo tienen muy fácil donando
sus obras a un museo de arte, pero evidentemente los museos no suelen exponer
ese tipo de mamarrachos. Además estas personas que borran estos murales, sitúan
la obra en un nuevo plano artístico más progresista, porque del arte figurativo
original de tipo realista, con su intervención y sus borrones introducen la
obra en el campo del arte abstracto, mucho más moderno que la obra original.
La conclusión de todo es que si pintar murales es libertad de expresión, repintarlos o tunearlos también es libertad de expresión. Es así como las brochas, los sprays y los rodillos se convierten en elementos físicos de ejercicio de protesta, como lo han sido durante las dictaduras como medio de expresión popular, y vuelven a serlo ahora contra la imposición del pensamiento único que nos pretende imponer la izquierda y el separatismo, pero el pueblo es libre como es libre la expresión artística.
Publicado en El Catalán
Informa El Rincón de Góngora
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