EL ALMIRANTE CERVERA Y ANNAPOLIS
Juan Carlos Segura
"Su objetivo prioritario se centró en salvar la vida
del mayor número posible de marineros".
Por Juan Carlos Segura Just domingo, 17 de enero de 2021, Opinión 4 minuto/s de lectura
La batalla naval de Santiago de
Cuba acaecida el 3 de julio de 1898, y la aplastante derrota que precedió al
encuentro entre las dos flotas, ha suscitado opiniones contradictorias sobre si
se podía haber evitado, o por lo menos paliar los efectos destructivos que
sufrió la escuadra española; pero habría que recordar que como es preceptivo
después de una derrota naval, a su vuelta a España, el almirante Pascual
Cervera Topete fue sometido a un consejo de guerra que le exoneró de todos los
cargos.
Sin ánimo de entrar en detalles
estratégicos, solo queremos destacar que el almirante sabía con certeza que la
derrota era segura, por la inferioridad en el blindaje de los buques españoles
y la limitación de su artillería, y por ello dando gran parte de los barcos por
perdidos, su objetivo prioritario se centró en salvar la vida del mayor número
posible de marineros, y por ello decidió salir del puerto a la luz del día para
que los náufragos fueran rescatados por los norteamericanos, y con los barcos
cerca de la costa para que muchos de ellos pudieran llegar a nado.
Fue así como a las primeras luces
del día 3 de julio, comandando el crucero acorazado insignia Infanta María
Teresa que iba en vanguardia, salió Cervera por la estrecha bocana del puerto
de Santiago, con la intención de atraer todo el fuego de los barcos americanos,
para que el resto de la flota española pudiese evadirse burlando el bloqueo.
Esta estrategia no fructificó porque la gran potencia de la artillería de los
barcos estadounidenses, pudo abarcar al resto de los barcos de la escuadra
española.
Después de cuatro horas de intenso bombardeo, cuando acabó el combate, el almirante Cervera y los supervivientes del Infanta María Teresa fueron trasladados al cañonero Gloucester, y de allí el almirante y sus oficiales al acorazado Iowa. Cervera iba desprovisto de su uniforme porque se le había quemado parcialmente. Al subir a bordo fue aclamado con gritos de “hurra” por todos los marineros, y el capitán Robley Evans cuando le vio dijo que aunque puso sus pies en la cubierta sin ninguna insignia, todos se dieron cuenta que cada molécula en el cuerpo de Cervera constituía un almirante en sí mismo. Evans se dirigió respetuosamente a Cervera y le aseveró que era un héroe, porque había realizado la hazaña más sublime que jamás se ha registrado en una Armada, al sacrificarse con su barco para salvar al resto de la flota. Esta admiración de los norteamericanos por el almirante español, estaba sustentada en el trato exquisito que había ordenado dar a los ocho prisioneros del vapor Merrimac, que había sido hundido antes de la batalla por torpedos del crucero Vizcaya y por impactos procedentes del crucero María Mercedes y del destructor Plutón.
Cuando paseaba escoltado por las
calles de Annapolis, los viandantes se agolpaban en torno a él para saludarle,
y es probable que su aspecto como un noble anciano bondadoso con pelo y barba
blanca, en cierta forma en el imaginario popular norteamericano, les debería de
recordar a Santa Claus o al legendario general confederado Robert Lee, que si
bien fue finalmente derrotado como él, dejó un recuerdo de valentía y
sagacidad.
Ya en agosto el almirante Mac Nair que era el director de la Academia Naval, entregó a Cervera una carta del gobierno de los Estados Unidos, ofreciéndole la libertad para él y para sus oficiales, bajo la condición de no portar armas, pero Cervera declinó el ofrecimiento, alegando que las ordenanzas militares españolas prohibían la aceptación de la libertad ofrecida por el enemigo, mientras España estuviese en guerra. Aun así unos días después el gobierno estadounidense ofreció la libertad incondicional a Cervera, y a todos los prisioneros españoles que permanecían en territorio norteamericano.
Dicho todo lo anterior, es de
suponer que el difunto Pepe Rubianes y su valedora Ada Colau no han suscitado
tanta admiración en Annapolis ni en los Estados Unidos, suponiendo que sepan
quienes son.
Publicado en El Catalán
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