¿Sabías qué...? Tal día como hoy, 20 de abril, pero de 1741, Blas de Lezo vence a los ingleses de Cartagena de Indias.

El Rincón de Góngora

Historia




¿Sabías qué...? Tal día como hoy, 20 de abril, pero de 1741, Blas de Lezo vence a los ingleses de Cartagena de Indias.

En 1739 estalló la Guerra del Asiento entre España e Inglaterra. Tras las primeras victorias anglosajonas, Edward Vernon, el almirante británico, envuelto en un clima de euforia, y azuzado por la opinión pública y las proclamas del joven parlamentario William Pitt, decidió dar un golpe decisivo. Reunió una enorme flota de 186 buques, con 27 600 hombres, armada con 2000 cañones, que salió desde Port Royal (Jamaica) y fondeó a principios de marzo de 1741 junto a la costa de Cartagena de Indias, la ciudad más importante del Caribe, a la que llegaban todas las mercancías del comercio entre España y las Indias, incluyendo los tesoros extraídos del Potosí.

La ciudad estaba defendida por Blas de Lezo, un viejo lobo de mar con una experiencia y reputación envidiable -sus coetáneos también lo llamaron "Medio hombre" por aquello de que le faltaba un ojo, una pierna y tenía un brazo inmovilizado-. Lezo tan solo disponía de unos 3600 hombres y de una flota de 6 buques: el Galicia, el San Carlos, el San Felipe, el África, el Dragón y el Conquistador.

Poco antes de llegar a Cartagena Vernon mandó a Blas de Lezo una carta diciéndole que se rindiera y así recibiría buen trato aunque no lo mereciera. Lezo le respondió en otra misiva: "Puedo asegurarle a Vuestra Excelencia, que si yo me hubiera hallado en Portobelo, se lo habría impedido, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, habría ido también a buscarlo a cualquier otra parte, persuadiéndome de que el ánimo que faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía" (la de los defensores de Portobelo).

La gran flota británica fue avistada el 13 de marzo de 1741, lo que puso en vilo a la ciudad. Vernon bombardeó la ciudad día y noche, sin dar cuartel. Tras esto, Vernon entró triunfante en la bahía y a su vez, todos los defensores españoles se atrincheraron en la fortaleza de San Felipe de Barajas tras haber abandonado la fortaleza de Bocagrande. Vernon, creyendo que la victoria era cuestión de tiempo, despachó un correo a Inglaterra dando la noticia de la victoria.

Seguidamente, ordenó un incesante cañoneo del castillo de San Felipe por mar y tierra. En ella solo quedaban 600 hombres bajo el mando de Lezo. Vernon decidió rodear la fortaleza y atacar por la retaguardia. Para ello se adentraron en la selva, lo que supuso una odisea para los británicos que contrajeron la malaria y perdieron a cientos de sus hombres. Sin embargo, llegaron a las puertas de la fortaleza y Vernon ordenó atacar. La entrada era una estrecha rampa que Lezo rápidamente mandó taponar con 300 hombres armados tan solo con armas blancas. Lograron contener el ataque y causar 1500 bajas.

La moral de los atacantes bajó considerablemente tras esto y por las epidemias que causaban continuas bajas. Vernon, muy nervioso, viendo que la resistencia de los españoles superó con creces sus expectativas y que ya había enviado la noticia de la victoria a Gran Bretaña. Vernon discutió acaloradamente con sus generales el plan a seguir. Finalmente decidieron construir escalas y sorprender a los defensores en la noche del 19 de abril. Pero Blas de Lezo, previendo este ataque, había ordenado cavar un foso en torno a la muralla, con lo que las escalas se quedaron cortas para superar el foso y la muralla, quedando los atacantes desprotegidos y sin saber qué hacer. Los españoles continuaron con su nutrido fuego, lo que provocó una gran masacre en las filas invasoras.

A la mañana siguiente, pudieron verse innumerables cadáveres, heridos y mutilados en los alrededores de la fortaleza. Los españoles aprovecharon para cargar a bayoneta provocando la huida de los británicos, matando a cientos de ellos y tomando los pertrechos que abandonaron los sitiadores tras la huida.

Vernon no tuvo más remedio que retirarse a los barcos. Ordenó durante treinta días más un continuo cañoneo, no aceptó la derrota. Sin embargo, las enfermedades y la escasez de provisiones empezaban a hacer mella en lo que quedaba de tropa. Finalmente, el Alto Mando británico ordena la retirada, de forma lenta y sin cesar de cañonear. Tuvieron que incendiar cinco de ellas por falta de tripulación.

 


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