FINA LLUVIA DE ODIO
El Rincón de Góngora
Un documental encantador
Una de las primeras
películas en color realizadas por la empresa Afga fue lo que hoy llamaríamos un
spot turístico de Berlín con motivo de las Olimpiadas de 1936. La contemplación
del paisaje urbano, en colores pastel, apenas es perturbada por la abundancia
de banderas en los primeros minutos. Después la tónica dominante es una
normalidad que, si no fuera por lo que sabemos, resultaría atractiva. Los
soldados hacen relevos de guardia contemplados por los turistas, como se hace
hoy en muchas capitales europeas. Las familias pasean por el zoo. Unos jóvenes
toman el sol en la playa. La gente baila y toma cerveza. Quizás la imagen más
conmovedora es la de un hombre que toma en brazos a una nena para bajar unas
escaleras en Alexanderplatz. Uno se pregunta qué sería de ellos pocos años
después, mientras los ve perderse en la lejanía.
Retrospectivamente
sabemos que en 1936 la violencia ya se había apoderado de Alemania. La gente ya
no hablaba con libertad, los niños eran adoctrinados sobre quienes eran
“auténticos” alemanes, la historia se estaba reescribiendo. Debajo de los
colores pastel del documental hay una espiral de violencia que está empezando a
ganar velocidad llevándose por delante la sociedad civil y la democracia
alemana.
¿Por qué la gente
seguía bebiendo cerveza, tomando el sol y paseando a sus hijos los domingos?
Fina lluvia de odio
La respuesta, que
debemos a uno de los grandes expertos en el estudio psicológico del mal (Ervin
Staub), es que la violencia más destructiva para una sociedad no es un
acontecimiento aislado, por terrible que sea. Es un proceso, un continuo de
destrucción, que comienza con un sistema de creencias que se traduce en una
fina lluvia de odio: hechos “banales”; pequeñas agresiones psicológicas (por
ejemplo, boicots, amenazas) o simbólicas (por ejemplo, ridiculizaciones). Luego
vandalismo o calumnias difundidas en los medios sociales. A continuación
agresiones físicas puntuales, aparentes “peleas de muchachos”.
Finalmente la fina
lluvia da lugar a una tormenta devastadora que arrastra a verdugos y víctimas:
formas de coacción e intimidación física que van adquiriendo una sistematicidad
y peligrosidad potencialmente letal.
El proceso necesita un
catalizador: la mirada complaciente, o el mirar hacia otro lado de los que no
protagonizan esos actos y la indiferencia, la pasividad o la incompetencia de
las autoridades encargadas de proteger a las víctimas.
Daño
¿Cómo es el daño que
sufren las víctimas de este continuo de destrucción? La pregunta es importante
porque para que un observador externo identifique tales hechos como violencia
éste tiene que inferir daño en la víctima e intención en el agresor.
Más allá de la
dimensión subjetiva de las intenciones del violento o del sufrimiento de la
víctima, John Stuart Mill, uno de los grandes arquitectos de la concepción
contemporánea de la democracia, proporcionó una aproximación al daño más
objetiva que además explica por qué el continuo de destrucción es invisible en
sus primeras fases, y por qué puede destruir una sociedad.
En Utilitarismo Mill
señala dos causas de daño. Una de las causas de daño es particularmente
insidiosa y muy relevante para explicar las primeras fases del continuo de
destrucción: son aquellos actos en los que se priva a una persona de aquello
que le es debido por ley, privándola de un bien físico o social que tenía
esperanzas bien fundadas de disfrutar.
Como se ve, esa
violencia por omisión es particularmente fácil de ejercer y especialmente
difícil de denunciar porque no se describe a partir de hechos sino de
expectativas, y porque las víctimas suelen tener la tendencia, muy frecuente en
los seres humanos, a normalizar este tipo de situaciones para seguir viviendo.
Unos pocos cristales
rotos, una pintada que alienta a no comprar en una tienda, un niño llorando
porque lo han señalado como “impuro”. El tendero carece de la protección que
parecen tener otros comerciantes y espera seguir vendiendo “cuando pase todo”.
El niño ha sido privado de algunos de sus derechos fundamentales como niño y
ser humano pero quiere seguir jugando.
Las víctimas caen en una trampa: si denuncian se señalan todavía más, creen que esos actos empiezan y acaban en sí mismos, esperan que la gente se olvide de ellos, ¿cómo protagonizar individualmente una denuncia grandilocuente de vulneración de derechos constitucionales cuando eres un individuo del que nadie parece preocuparse?
Héroes contra la
Constitución
Tal situación de
pasividad se agrava cuando los ciudadanos no son conscientes de cuál es, en las
democracias occidentales, la fuente fundamental de lo que les “es debido” por
parte de los demás ciudadanos y las instituciones: su Constitución y las leyes
que se derivan de ésta.
La ignorancia de esos
derechos o la falta de confianza en las autoridades encargadas de custodiarlos
agravan su situación. La insignificancia aparente de las privaciones de los
bienes físicos o sociales que esperaban recibir mantiene a las víctimas
aisladas entre sí, enfrentadas a unos verdugos que extraen su fuerza
precisamente de lo contrario, del sentimiento de que participar en las
agresiones les convierte en miembros de una hermandad maravillosa, energética,
heroica, que va a hacer su sociedad más pura a través de un plan que lleva
siglos gestándose, escrito en los arcanos de la historia.
Si el proceso descrito
por el continuo de destrucción sigue sus pasos naturales, algún día, sin previo
aviso, empezarán las palizas o los tiros en las piernas para culminar con las
bombas lapa en el coche (o en el pecho) y los tiros en la nuca. Y las víctimas
sufrirán la segunda definición de daño de Mill, más congruente con lo que
cotidianamente entendemos por violencia: el infligir sufrimiento directo
mediante actos ilegales.
Podría argumentarse que
los protagonistas de esos actos también se sienten agredidos y por eso llevan a
cabo tales acciones pero la definición de Mill desnuda la falacia que encierra
tal justificación. Típicamente esos ciudadanos se deberían regir por la misma
Constitución que protege a sus víctimas pero justifican “lo que les es debido”
en supuestos principios que no son constitucionales sino étnicos o
identitarios.
Lo que les es debido no está escrito ni consensuado, ni siquiera
entre ellos mismos. Solo dicta claramente que deben ignorar su propia
Constitución y privar a las víctimas de lo que les es constitucionalmente
debido. Y así emprenden un camino destructivo, incluso para ellos mismos, en el
que conceptos vacíos como “raza” o “destino histórico” sustituyen a las normas
escritas, mientras son custodiados por unos guardianes de la ortodoxia que, si
lo creen necesario, no dudarán en sacrificarlos para seguir avanzando hacia
ninguna parte.
Un aviso
Este artículo es un
aviso desde la Psicología.
Es difícil imaginar
que, debajo de los colores pastel del documental del Berlín de 1936 los
verdugos voluntarios ya están ahí, entre los que bailan o toman el sol.
Porque no vemos al
joven o al niño que, en algún lugar, se está empapando lentamente de esa fina
lluvia de odio que convierte la sociedad que le rodea en una historia de
buenos, dispuestos a sacrificarse en nombre de los arcanos que la historia
reserva para sus elegidos, y de malos; ladrones, animales o meros obstáculos, a
los que primero se priva de su dignidad para luego ni siquiera respetar su
integridad física.
Publicado en el Asterisc
José Miguel
Fernández-Dols
Catedrático de
Psicología Social en la Universidad Autónoma de Madrid
Informando El Rincón de Góngora
GóngoraNs
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