El Rincón de Góngora con El lenguaje del nacionalismo.
El Rincón de Góngora
Víctor Hugo
Peligro del Lenguaje
para la Libertad de Espíritu: Cada Palabra es un Prejuicio” – Friedrich
Nietzsche
Es sabido por todos que
existen dos actitudes ante el lenguaje, ante la palabra. La primera sería
aquella que cree en el lenguaje, que confiaría en su soltura, expresividad o
precisión, donde la razón y la intuición satisfarían unos juicios auténticos y
unas opiniones ecuánimes. La segunda actitud sería la que duda de la palabra,
que sospecharía de la conveniencia o justificación de la red de metáforas y del
sistema de conceptos que se implican a través de ella, que podría así desmentir
una propaganda confusa o rectificar una oscura retórica. Ambas actitudes pueden
ser igualmente válidas, dependiendo del caso en cuestión, pero lo más honesto y
perspicaz sería mantener un pie en cada una de ellas, con tal de poder
profundizar en nuestras pretensiones de validez, por un lado, y distanciarnos
de nuestras propias reflexiones, por otro; sólo así estaríamos en condiciones
de ponderar interpretaciones y valoraciones políticas o morales, pensando desde
el matiz y el rigor, sin hacer enmiendas a la totalidad, tanto de aceptación
como de rechazo, sobre tal o cual discurso: ése y no otro debiera ser el
espíritu democrático, la razón democrática.
Basan toda su actividad
pública en la delirante falacia de hacer creer que su lenguaje y su palabra,
esto es, sus “pensamientos”, sus “emociones” y sus “creencias”, son la única
descripción real y posible
Pues bien, los
nacionalistas catalanistas, cuya intencionalidad demagógico-populista es
claramente manifiesta y cuyo estilo es ya descaradamente miserable e innoble,
basan toda su actividad pública en la delirante falacia de hacer creer que su
lenguaje y su palabra, esto es, sus “pensamientos”, sus “emociones” y sus
“creencias”, son la única descripción real y posible, erigiéndose así en los
supuestos guardianes del bien y la verdad, sobre el cual nunca se puede dudar o
sospechar, y siempre se debe creer y confiar. Esto no es más que el auto-engaño
de quienes proyectan imaginativamente sus deseos desligados de un análisis
responsable de lo real, puesto que su núcleo metafísico racionalista les lleva
a no tener que hacer corresponder sus enunciados con un estado de cosas
efectivo, pues su abstracto esquematismo les conduce a un idealismo fantasioso
donde creen que la voluntad y las necesidades de los que difieren de sus
ridículos y grotescos planes o bien no existen o bien no se atreverán nunca a
denunciar su moral del resentimiento para con los ciudadanos y su política de
traición hacia las instituciones. El problema de esta doctrina es que, al
absolutizar su posición, exige poco menos que ser reconocida como si de un
derecho social innegociable fruto de la lucha y el sufrimiento de generaciones
se tratase, o, incluso, como si de un deber moral que emanase directamente del
corazón de la mismísima dignidad. Al querer hacer pasar, por usar el léxico de
John Searle en su libro “La Construcción de la Realidad Social”, los “hechos
institucionales“, que dependen de la asignación de función fruto de la
convención humana, por “hechos brutos“, que no dependen del pensamiento
lingüístico y son meramente físicos, estiman lógicas y sensatas las estructuras
de dominación simbólico-psicológicas de los medios de comunicación públicos,
porque, en el fondo, no creen que estén secuestrando la pluralidad o negando la
igualdad de palabra, sino que están haciendo lo normal según su auto-imagen de
propietarios de la “tierra” y detentadores de la “raza”.
Quizás lo más
interesante de este “proceso” de regresión, distorsión y discordia sea el
desenmascaramiento de todas las “ideas”, “valores” y “actitudes” que están en
juego, es decir, todas esas ideas clasistas, valores xenófobos y actitudes
egoístas del nacionalismo catalanista, que, por otra parte, es cierto que han
logrado ganar algunos adeptos más en esta época de crisis donde los individuos
más ignorantes y débiles están necesitados del autoritarismo y la voz de un amo
paternalista, de la auto-identificación con cualquier cosa que les ofrezca la
ilusión de la autoestima y el orgullo propio, de la terapia contra algún trauma
personal por la que desahogar todo su rencor o del disimulo de su complejo de inferioridad
que aflora por medio de una impostada afectación. Pues aquí aparece el otro
brazo del nacionalismo catalanista, que se complementa con el de la
"metafísica racionalista", y es el del "romanticismo
sentimentalista", que, construyendo una auto-imagen de sensibilidad
heroica en defensa de la lengua catalana o de resistencia civil a favor de la
cultura, lo que de hecho se produce es la discriminación ilegítima de la lengua
Española con su respectiva inmersión ideológica, y la condena al ostracismo de
los mejores escritores o intelectuales que tienen como bendito pecado pensar en
Español y haber nacido en Barcelona.
Lo más interesante de
este “proceso” de regresión, distorsión y discordia es el desenmascaramiento de
todas las “ideas”, “valores” y “actitudes” que están en juego, es decir, todas
esas ideas clasistas, valores xenófobos y actitudes egoístas del nacionalismo
Es por eso que la
importancia del lenguaje y el cuidado de la palabra debiera ser un ideal
regulativo y un criterio indispensable para la calidad democrática: es
imposible el buen funcionamiento de la vida institucional si no se puede creer
en el cumplimiento de la ley justa por parte de nuestros gobernantes, como es
imposible una ciudadanía a la altura de tal nombre si no se intenta pensar por
uno mismo y denunciar todo intento de fraude por parte del lenguaje
nacionalista, que atribuye un valor moral a cuestiones identitarias con el fin
último de crear una frontera invisible, un “nosotros” y un “ellos” que destruye
toda forma de solidaridad entre pares. En este sentido, digámoslo sin miedo, el
nacionalismo es el peor enemigo de la democracia, en tanto que intenta hacer
ver lo legal y lo legítimo como ilegal e ilegítimo y viceversa. Recordemos las
palabras de Victor Klemperer en “La Lengua del Tercer Reich” quien afirma que
“el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis
emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la
naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él” y donde se pregunta: ¿Y
si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha
convertido en portadora de sustancias tóxicas?”.
Pues bien, se diría que
lo que se impone con urgencia es el “deber de criticar” el “derecho a decidir”,
“la voluntad de un pueblo” y la “libertad nacional” ya que todas esas
expresiones son inconsistentes y ficticias. El nacionalismo catalanista, como
cualquier otro, es reactivo y agresivo, por mucho que intenten mostrar
afabilidad o serenidad; si discutes sus artículos de fe o no comulgas con sus
consideraciones, emergen las bajas pasiones anteriormente sublimadas por
grandes palabras que no significan nada. El derecho a decidir no existe en
ningún ordenamiento jurídico democrático como un derecho en sentido propio, lo
que hay es un estado constitucional democrático que garantiza unos derechos
iguales y protege la libertad individual a través de la ley con tal de que cada
uno pueda decidir por sí mismo, y quien crea que la democracia es sólo votar es
que no entiende que la democracia no son sólo procedimientos y formas, sino que
también son principios y valores. Usar este tipo de eufemismo para no hablar de
“derecho de autodeterminación”, banaliza a la misma democracia, ya que intenta
relativizar la gravedad de sus planteamientos, para así obviar la crueldad en
lo personal y la tensión en lo social que provocaría que tus propios
conciudadanos te intentaran robar tu propio sentido de la pertenencia o te
intentaran definir según sus patéticos patrones…y eso es inadmisible máxime
cuando aquí quien está decidiendo es sólo una minoría de élites políticas
sobre-representadas por el sistema electoral que beneficia clamorosamente al
nacionalismo catalanista, y, cuando, en el sistema actual, a diferencia de lo
que ellos persiguen, todos podemos sentirnos representados de una forma u otra.
Además, están decidiendo sin ningún tipo de procedimiento legal o deliberación
transparente…intentando hacer creer que es una inocente e inofensiva consulta a
la población, cuando la sola celebración anormal de esa consulta sería en sí
misma una humillación hacia el sentido de la identidad propia de la mayoría de
los catalanes que somos, nos pensamos y nos sentimos españoles y una falta de
respeto hacia la historia pacífica y la tradición tolerante de nuestra sociedad.
Asimismo, concebir la democracia únicamente desde la voluntad y no también
desde la ley, o creer que la voluntad está por encima de la ley, significa
negar cualquier forma de racionalización de las propuestas políticas o invertir
la necesaria jerarquía moral…pero, lo peor es que da por sentado que hay una
única voluntad unánime frente a la cual los individuos libres se deben someter
por la fuerza de los hechos que ellos dictan: lo que se quiere es, a través de
la “limpieza lingüística” de la educación, una “limpieza ideológica” desde los
medios de comunicación para, finalmente, lograr su tan ansiada y no verbalizada
“limpieza nacionalista”, el reino de los cielos en el que, los que creen que
España es su estado-nación, y que catalunya es una comunidad, una nacionalidad,
una región o una autonomía…serán prácticamente castigados con el fuego eterno
de la muerte civil, social, académica y laboral. Y esa es la naturaleza del
proyecto; anteponer esta ideología del resentimiento y la decadencia a los afectos
de humanidad y decencia, lo que es ya un inequívoco síntoma de totalitarismo al
intentar fracturar las relaciones interpersonales y desgarrar emocionalmente al
individuo.
Hay que ser conscientes
de que el nacionalismo catalanista sólo vive de la mezquina negación del otro,
sobretodo por la envidia lingüística, económica, cultural, histórica, política
y moral hacia nuestro país
Pero, lo más repugnante
del asunto, es la violación sistemática de la libertad individual en nombre de
una esperanza que sólo la es de una minoría ruidosa y pseudo-revolucionaria,
que parece dispuesta a entregar y reducir toda su vida a una quimera. Si, como
dice Jurgen Habermas en su ensayo “Ay, Europa”,es cierto que los tres elementos
de “-las iguales libertades jurídicas, la participación democrática y el
gobierno a través de la opinión pública- se amalgaman por principio en un único
diseño dentro de la familia de los Estados constitucionales” y que la tradición
liberal pone el acento en el primero, y la republicana y deliberativa en el
segundo y el tercero, estamos en condiciones de afirmar que el nacionalismo
catalanista no se enmarca dentro de ninguna de esas tres tradiciones de
pensamiento político democrático-constitucional, ya que sacrifica obsesivamente
la libertad personal en nombre de una entidad abstracta a la cual servir
obedientemente, deforma la participación al reclamar privilegios sobre los
demás ciudadanos y pervierte la información al apropiarse de los medios de
comunicación públicos y ponerlos bajo el amparo de su dogma. Hay que ser
conscientes de que el nacionalismo catalanista sólo vive de la mezquina
negación del otro, sobretodo por la envidia lingüística, económica, cultural,
histórica, política y moral hacia nuestro país,es por eso que ahora quieren
reverdecer la leyenda negra de España, frente a la que Julián Marías en su
“España Inteligible”, explicaba ya las tres actitudes que se dieron en su
momento: la de los “contagiados” que han sido persuadidos por dicha narración
negativa, y que viven en un estado de “depresión histórica”, la de los
“indignados” o “apologistas”, que no asumían las posibles injusticias cometidas
a lo largo de la historia, y, por último, los “Libres” de espíritu, es decir,
los españoles “que han escapado a estas dos actitudes, los que se han
conservado libres frente a la Leyenda Negra, sin aceptarla ni hacerle el juego
de la falta de crítica, casi siempre sobre un fondo de ignorancia, sin
responder tampoco con la cerrazón y otra forma de intolerancia; los que, en
suma, han permanecido abiertos a la verdad“
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